20 ene 2013

Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado



























Este texto de Jameson es una referencia de paso obligado para la estética contemporánea. La posmodernidad puede abordarse como un momento histórico o como una suerte de estilo que no se ajusta a ninguna datación histórica específica. Y todavía hoy es inevitable enfrascarse en debates sobre la pertinencia de hablar de posmodernidad en este momento del siglo XXI, de la diferencia entre posmodernidad y postmodernidad con t, etc. Varios capítulos de este libro son epígrafes que se dan por supuestos cuando se habla de estética. Un ejemplo son las páginas dedicadas al análisis del par de botas de Van Gogh en contraposición con la superficialidad de los zapatos de Warhol.

La superficialidad frente a un complejo juego de dialécticas (apariencia/realidad, interior/exterior, sujeto/objeto); el desplazamiento de las imágenes del tiempo propias de la modernidad por la fragmentación de las imágenes espaciales de la posmodernidad; la ruptura de la cadena de sentido que da lugar a una sucesión de instantes sin conexión; son algunos de los puntos que Jameson extrae como claves de una pauta cultural, algo que va más allá de un estilo pasajero y que reconfigura la manera de percibir el espacio, la historia, a nosotros mismos...

Del libro habría que destacar la atención que presta a la arquitectura, que vertebra varios puntos de su argumentación. Al relacionarse con multitud de planos (el social, el económico, el público, el artístico), los edificios pueden revelar con más claridad rupturas en la lógica cultural de una época. La Villa Saboya de Le Corbusier y el Hotel Bonaventura de Portman hablan idiomas diferentes.












































De ellos extrae Jameson importantes consecuencias acerca de nuestro modo de comprender el espacio urbano. A propósito del Bonaventura, icono de la arquitectura posmoderna para Jameson, dice:

La miniciudad ideal del Bonaventura de Portman no debería tener entradas en absoluto, puesto que la entrada es siempre una abertura que liga al edificio con el resto de la ciudad que le rodea: el edificio no desea ser parte de la ciudad, sino antes bien su equivalente o el sucedáneo que toma su lugar [...] Esta separación de la ciudad circundante es muy distinta de la que caracterizó a los grandes monumentos de estilo internacional: en estos últimos, la separación era violenta, manifiesta, y tenía un significado simbólico muy marcado, como en el gran pilotis de Le Corbusier, cuyo gesto separa radicalmente el nuevo espacio utópico de la modernidad de la ciudad degradada y decadente que, de ese modo, repudia explícitamente; pues el arquitecto moderno, con este nuevo espacio utópico y con la virulencia de su Novum, apuesta por una transformación del viejo tejido urbano undicuda por el mero poder de su nuevo lenguaje espacial. En cambio, el Bonaventura se conforma con -digámoslo parodiando a Heidegger- "dejar que el decadente tejido urbano siga permaneciendo en su ser"; no se desea efecto alguno ni se espera una transformación política utópica (91-92).
Son discutibles algunas de sus interpretaciones, a caballo entre la hermenéutica y la dialéctica marxista. A veces suenan forzadas o demasiado bien hiladas, pero se han convertido en un sólido referente por el que es necesario pasar, ya que han dado a la posmodernidad una identidad reconocida por muchos.

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