5 ene 2013

Ernst Jünger, Tempestades de acero




























La edición de Tusquets de Tempestades de acero contiene, además del texto que da nombre al libro, el relato más breve titulado El bosquecillo 125 y El estallido de la guerra de 1914, compuesto por unas pocas páginas. En su conjunto, Tempestades de acero nos ofrece la experiencia bélica de Jünger durante la I Guerra Mundial. Se trata de la experiencia de un alemán, no de un inglés o un irlandés. Conviene tener esto en cuenta porque, por citar el ejemplo de la principal fuente de información para los usuarios de Internet, el artículo de Wikipedia dedicado a este conflicto europeo  está ilustrado con imágenes de soldados franceses, ingleses, italianos... Los soldados austriacos salen en un par de ocasiones, en una de ellas habiendo capturado unos cañones y en otra apresados por los rusos. 

El relato de Jünger es conocido entre otras cosas por sus comentarios sobre la manera en que un soldado vive la guerra, las emociones y estados de ánimo por los que atraviesa, el modo en que le afecta la muerte de un camarada o el disparar al enemigo, etc. Por poner un ejemplo:


Aquel ataque carecía del ímpetu poderoso de la Gran Batalla, de la hirviente euforia que reinaba en ésta. Pero los sentimientos que e embargaban eran muy impersonales, era como si me observase a mí mismo con unos prismáticos. Fue aquélla la primera vez que en la guerra pude oír los siseos de los pequeños proyectiles como algo que pasase silbando junto a un objeto. El paisaje era de una transparencia cristalina (298).

Y otro:


Por fin me había atrapado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida. Delante de Mory, en la carretera, había notado ya la mano de la Muerte [...] Sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquél uno de los poquísimos instantes de los que puedo decir que han sido felices de verdad. En él capté la estructura interna d la vida, como si un relámpago la iluminase. Notaba un asombro incrédulo, el asombro de que precisamente allí fuera a acabar mi vida; pero era un asombro lleno de alegría (299).

Centrarse en la experiencia íntima de un combatiente, narrándola con pasajes como los citados, ha llevado a utilizar el término romanticismo de acero, empleado por Goebbels, para hablar de su visión de la guerra (Safranski habla sobre esto). Una guerra en la que la naturaleza se quiebra bajo el incesante gorgoteo de proyectiles que lo devastan todo. En la I Guerra Mundial las categoría dominante fue la distancia. El enfoque era el de la totalidad, y la destrucción resultante contribuyó a hacer sonar las alarmas en torno al problema de la técnica . No podía ser de otro modo en un conflicto en el que la personalidad del combate cuerpo cuerpo había sido sustituido por la guerra a los espacios: a las trincheras, no a sus habitantes, a los edificios de la inteligencia y no a sus dirigentes. Un conflicto en el que la mirada cenital de los aviones se convirtió en símbolo. A propósito de la impersonalidad de esta guerra escribe Jünger:


Entrábamos ahora, por así decirlo, en una nueva guerra. Aunque ciertamente nosotros no lo sospechamos, lo que hasta aquel momento habíamos vivido había sido el intento de ganar la guerra por medio de batallas campales al viejo estilo, así como el fracaso de ese intento, que quedó varado en la guerra de posiciones. Ahora se alzaba ante nosotros la guerra de material, con su gigantesco despliegue de medios (73).


O cuando señala que, en una de las batallas, escaló el terraplén «al mismo tiempo que otros cien soldados. Aquella vez fue la primera vez en la guerra que vi chocar masas humanas contra masas humanas» (250).





1 comentario:

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